El farolillo rojo
Publicado por
rojobilbao
on jueves, 5 de octubre de 2006
Cosas como ésta hacen al ciclismo un deporte muy especial.
Sacado del diario de navarra:
Malabrocca, apodado el Chino por sus ojos rasgados y también Luisín, era de la generación de Coppi y Bartali y pronto supo que jamás les ganaría. Incluso, una vez, Coppi se apiadó de él y le regaló unas pastillitas de las suyas, pero pese a hacer la carrera de su vida dopado hasta las cejas sólo pudo ser cuarto. Como además pasaba hambre, con el pragmatismo que da eso, pensó que quizá la única manera de destacar era ser el último. En efecto, tal honor se convirtió en objeto de atenciones gastronómicas, como jamones, vino o aceite, y le hizo muy conocido.
La gesta de Malabrocca se resume en dos Giros. Edición de 1946: último a cuatro horas y nueve minutos de Bartali. Y 1947: último a cinco horas y 52 minutos de Coppi. Pero ahí está su grandeza, porque medio siglo después los aficionados recuerdan su nombre asociado al de los dos gigantes, y ni un solo corredor entre los dos extremos, donde sólo queda el vacío desolador del olvido. Los demás eran todos perdedores, pero él era el último, que es algo muy distinto.
Sacado del diario de navarra:
Luigi Malabrocca, ciclista italiano de los años 40 que murió el martes a los 86 años, era una leyenda al revés, una de esas paradojas vivientes de su país: fue famoso por luchar por el último puesto, tarea en la que era imbatible. Se metía en un bar, paraba a comer, se escondía en los pajares. Un día hasta saltó a un pozo. Todo por la maglia nera, una invención genial pensada para él que aunaba realismo e idealismo a partes iguales.
Malabrocca, apodado el Chino por sus ojos rasgados y también Luisín, era de la generación de Coppi y Bartali y pronto supo que jamás les ganaría. Incluso, una vez, Coppi se apiadó de él y le regaló unas pastillitas de las suyas, pero pese a hacer la carrera de su vida dopado hasta las cejas sólo pudo ser cuarto. Como además pasaba hambre, con el pragmatismo que da eso, pensó que quizá la única manera de destacar era ser el último. En efecto, tal honor se convirtió en objeto de atenciones gastronómicas, como jamones, vino o aceite, y le hizo muy conocido.
La gesta de Malabrocca se resume en dos Giros. Edición de 1946: último a cuatro horas y nueve minutos de Bartali. Y 1947: último a cinco horas y 52 minutos de Coppi. Pero ahí está su grandeza, porque medio siglo después los aficionados recuerdan su nombre asociado al de los dos gigantes, y ni un solo corredor entre los dos extremos, donde sólo queda el vacío desolador del olvido. Los demás eran todos perdedores, pero él era el último, que es algo muy distinto.
1 comentarios:
Cuando un terrorista vuela el coche de un pesonaje sólo perduran el nombre de éste y el del asesino; los guardaespaldas son anónimos. Como en el ciclismo.
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