Las mil muertes del ingeniero Ryan




1972: Se inicia la construcción de una central nuclear en Lemóniz con capacidad para generar 1.860 megavatios a la hora.
1978: ETA comete su primer atentado en el interior de la central. Dos trabajadores resultan asesinados.
1979: Segundo ataque de la banda terrorista a las instalaciones. Muere otro empleado de la compañía.
1981: ETA secuestra y asesina unos días más tarde al ingeniero jefe de la central, José María Ryan.
1982: La banda terrorista quita la vida a Ángel Pascual, sustituto de Ryan al frente del proyecto.
1984: El Gobierno central decreta la moratoria nuclear, que paralizó los cinco proyectos de reactores que estaban en proceso de construcción.



La prueba más patente del poder del terrorismo, de la claudicación de un Estado, de una sociedad, al poder de las personas dispuestas a matar es, sin duda, en España, Lemóniz. Ahora, cuando Iberdrola planea reconvertir el cementerio de hormigón en una central de ciclo combinado nos dice Batasuna que «hará todo lo que esté en su mano» para impedir que Iberdrola lleve a cabo su proyecto de instalar un ciclo combinado en el mismo emplazamiento en el que levantó en la década de los 70 una nuclear.
¿cuantas veces más dejaremos morir a Ryan?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Te acuerdas de la autovía de Leizarán? Ya no me acordaba de José Mª Ryan, hace tanto...
Eta siempre ha sido ecologista. Exactamente en el mismo sentido en el que los otros greenies lo son, pero más brutos. De hecho, no le importaría construir una central en cada sótano, siempre que fuera por el pueblo trabajador vasco. Ryan murió por ser el responsable de una central no berzotale, devorado por todos los ibarreches del mundo. No sé que pensar. ¿Hijos de puta quizás?.

Anónimo dijo...

POR LA FUERZA

Vive en nuestra urbanización un importante fabricante de repuestos para vehículos. Su hija quiso estudiar medicina; era tan brillante como sus dos hermanos, mayores que ella.
El padre, que había imaginado a los tres en el negocio familiar, se negó rotundamente al “capricho de la niña” porque tenía reservada para ella la economía del negocio; para los otros dos la ingeniería y el derecho, y en ello andaban éstos. Hace unos años que se integraron en la empresa.
Son dos jóvenes que descollaron en las universidades por donde pasaron. Al más joven, muy ambicioso en su preparación integral, le tuve en un máster a los dos años de ejercer con su padre.

Solía decir éste que los médicos se lo creen en cuanto se ponen la bata y que hay muchas batas.
La hija inició la carrera a pesar de que su padre no dejaba de presionarla; hasta tal punto que cayó en depresión, viéndose obligada a aparcar los estudios. Cuando recuperó parte del equilibrio volvió a la medicina pero para ejercer de ATS. A su padre aquello de “poner vendas” le parecía poco.

El lavado de cerebro no cesaba, tan fuertemente que volvió a dejar los estudios, esta vez de forma definitiva para volcarse en la ayuda a los ancianos y enfermos, tan necesitados de cariño. Pasó el tiempo y el padre se rindió a su hija.

De vez en cuando, me invita a su casa para hablarme entusiasmado de la joven. Su esposa me confesó que su marido hacía importantes aportaciones económicas de forma anónima y que no cesaba de pedir perdón a toda la familia a la vez que repetía “perdimos una médico de cuerpos pero hemos ganado una de almas”.

¿Será la ETA más intransigente con Lemóniz que el padre con su hija?