Regina en busca de su Jacobs
La situación de la heróica Regina Otaola (alcaldesa de Lizarza) me recuerda una anécdota que vivió Hergé, el autor de Tintín, con Jacobs, autor de Blake y Mortimer. Lo cuentan en "el canon de los comics" de la editorial Glenat.
Un atardecer de otoño, a unos pocos centenares de metros de su casa se había convocado una manifestación de patriotas para celebrar la liberación de Bélgica: Hergé temía que al final de la manifestación algunos incontrolados ansiosos de justicia le rindieran visita para entregarse a una pequeña orgía de venganza. Encerrado en la casa a solas con su esposa, con todas las luces apagadas, oía los gritos y los lemas de, la multitud en la calle como otras tantas amenazas de muerte.
En esas sonó el timbre de la puerta. Con el corazón en vilo, Hergé fue a abrir, para encontrarse con la sorpresa de Jacobs, que se presentaba sin anunciarse a aquella hora intempestiva. Hergé y Jacobs cultivaban las virtudes de la puntualidad y de las convenciones sociales y las formalidades pequeño burguesas, de forma que la visita resultaba doblemente intempestiva. El visitante se sentó en la sala y aceptó un té. Durante un par de horas altamente irreales, hablaron de trabajo, de historietas, de ópera (Jacobs adoraba la ópera, Hergé la detestaba), de proyectos en común, de naderías. Cuando la manifestación se disolvió (sin incidentes), Jacobs miró el reloj y, alegando que se encontraba un poco cansado y que al día siguiente tenía que madrugar, se despidió.
Sin que hubiera mediado una sola palabra sobre el asunto, -Jacobs era un amigo demasiado delicado y un creador demasiado esteticista para explicarse- Hergé comprendió que Edgar Pierre había venido a su casa para hacerle compañía y defenderle en caso de que los manifestantes tomasen su casa al asalto. Décadas después, todavía emocionado con el recuerdo, Hergé recordaba que aquella noche Jacobs llevaba, a modo de arma defensiva, un bastón.
2 comentarios:
MENUDO BASTÓN
Un importante industrial navarro estaba pasando por un momento económico muy delicado debido a la crisis del sector. Cuando los bancos iban a embargarle recibió una carta de un conocido de la competencia que le decía: no se preocupe por los bancos, está todo arreglado.
A los pocos días se enteró que le había avalado con todos sus bienes que no eran otros que su propia empresa, no mayor que la de él.
Estaba yo para acostarme cuando sonó el teléfono, era mi amigo de la infancia, aquel industrial, que quería verme; no entendí lo que balbució y colgó. Al abrirle la puerta me abrazó y lloró desconsoladamente en mi hombro sin soltarme. Cuando pasó del lloro a la respiración profunda nos sentamos; serví dos copas de pacharán, dimos un pequeño sorbo, él permaneció callado un rato largo con la cabeza reclinada y los ojos cerrados. Yo aguardaba entretenido mirando el tablero de ajedrez que había dejado pendiente, para que no se agobiara.
Noté que se recuperaba; dió un sorbito y me contó las dos partes de la historia; la primera, el aval, y la segunda es ésta. Cuando fue donde su avalista a agradecérselo y preguntarle el porqué de su acción recibió esta respuesta: Hace muchos años tuve que cerrar una empresa por falta de ayudas, lo pasamos muy mal. Empecé de nuevo y no quiero que se repita la historia en mi círculo. Dios quiera que si algún día necesito ayuda me echen una mano.
Jacob con su bastón y el industrial navarro con su empresa se la juraron a una carta.
Señor Gil, gracias por tan hermosa historia. Y por su presencia, impagable.
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