Casi todas las cosas tienen sus inconvenientes

Y el poder no es ajeno a esta realidad. Los poderosos deben ser (o al menos parecer) virtuosos si desean mantener dicho poder. Si el poder a disfrutar es en una organización religiosa, la virtud no basta con aparentarla, debe ser intachable. Por ello, siendo el hombre muy pecador, o uno persevera y vence a sus tentaciones o si se ve desbordado por ellas, no ostenta poder alguno y se mantiene en un discretísimo segundo plano.

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