No dejar de aplaudir (o de llorar)

La anécdota es conocida y nos llegó vía Solzhenitsyn. Resumiendo:

Un congreso regional del Partido en la provincia de Moscú era presidido por un nuevo secretario del Comité Partidario del Distrito, que reemplazaba a uno recientemente detenido. En el cierre del congreso, se exigió un tributo al Camarada Stalin. Por supuesto, todos se pusieron de pie . La pequeña sala resonó en un ‘tempestuoso aplauso, creciendo hasta una ovación’. El ‘tempestuoso aplauso, creciendo hasta una ovación’ continuó por tres, cuatro y cinco minutos. Pero las palmas se estaban lastimando y ya dolían los brazos en alto. Los ancianos jadeaban por el agotamiento. Se estaba volviendo insufriblemente tonto inclusive para aquellos que realmente adoraban a Stalin. Sin embargo, ¿quién se atrevería a ser el primero en detenerse? 

El director de una fábrica de papel local, un hombre independiente y de carácter fuerte, estaba de pie con el Comité. ¡Consciente de toda la falsedad y de la imposibilidad de la situación, aún así continuaba aplaudiendo! ¡Nueve minutos! ¡Diez! Con angustia miraba al Secretario del Comité Partidario del Distrito, pero este último no se atrevía a parar. Pero después de once minutos, el director de la fábrica de papel, con rostro de comerciante, se sentó en su silla. ¡Qué milagro! ¿Dónde se había ido ese entusiasmo universal, desinhibido e indescriptible? Sin excepción todos los demás pararon a secas y se sentaron.

Sin embargo era de este modo que descubrían quiénes eran las personas independientes. Y era de este modo que los eliminaban. Esa misma noche el director de la fábrica fue detenido. Ellos con soltura le endosaron diez años bajo un pretexto bastante distinto. Pero después de que firmó el formulario 206, el documento final de la interrogación, su interrogador le recordó:

‘¡Nunca sea el primero en parar de aplaudir!’

La anécdota bien pudiera parecernos cosas del pasado irrepetible. Yo no lo tengo claro y menos en un país estalinista como Corea del Norte que acaba de perder a su "amado" líder y todos compungidos le lloran. ¿Quién será el primero en dejar de llorar? ¿No reirá nadie más, ni siquiera los enamorados?

7 comentarios:

Héctor Meda dijo...

Sin duda hay una presión social que fomenta la aparición de tantas plañideras...

Perdona una cosa, la historia que citas, ¿de dónde la has sacado? ¿es cita literal? Es que ciertamente a mi también me parece increíble..

rojobilbao dijo...

La saco de aquí: http://www.fatima.org/span/crusader/cr84/cr84pg39sp.asp

Solzhenitsyn, Alexander. The Gulag Archipelago [Archipiélago Gulag], (Nueva York: Harper and Row, 1973), págs. 69-70.

rojobilbao dijo...

Con pequeñas variantes la puedes leer también en el libro Koba el temible editado por Anagrama

Héctor Meda dijo...

Muchas gracias por la referencia ;)

Anónimo dijo...

El curioso sentido de la justicia de Kim Jong Il le llevaba a encarcelar a todos los familiares directos de cualquier delincuente. Según solía decir: “la mancha del crimen persiste durante tres generaciones”.

MrBurns dijo...

Al hilo de las ovaciones interminables, creo recordar que en el libro Koba el temible también se comenta la edición en su época de un LP doble con un discurso de Stalin.

Pues bueno, la última cara del segundo disco era exclusivamente ... la ovación del público.

rojobilbao dijo...

MrBurns, probablemente el segundo disco era lo que más se radiaba en la época. ¡Qué hermosa manera de aplaudir! ¡Qué gallardía!