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Recochineo vaticano

Nueva entrada en católicos-on-line sobre la situación china y ciertas muy poco afortunadas declaraciones desde el Vaticano.

Monseñor James Su Zhimin, obispo de Baoding, fue acusado de contrarrevolucionario ya en los años 50. Desde entonces, ha pasado unos 40 años (tiene 80) en prisiones y campos de trabajo. Fue arrestado de nuevo en octubre de 1997. No ha sido juzgado, y no se saben los cargos contra él ni dónde lo retienen. Aún menos información se tiene sobre monseñor Cosma Shi Enxiang, el obispo de Yixian, diócesis vecina a Baoding. A sus 90 años, monseñor Shi Enxiang carga sobre sus espaldas con 50 años de cautividad. Auténtico prisionero por Cristo Jesús, realizó trabajos forzados en una granja y una mina de carbón durante 23 años. Desapareció a manos de la policía el Viernes Santo de 2001.

No dejar de aplaudir (o de llorar)

La anécdota es conocida y nos llegó vía Solzhenitsyn. Resumiendo:

Un congreso regional del Partido en la provincia de Moscú era presidido por un nuevo secretario del Comité Partidario del Distrito, que reemplazaba a uno recientemente detenido. En el cierre del congreso, se exigió un tributo al Camarada Stalin. Por supuesto, todos se pusieron de pie . La pequeña sala resonó en un ‘tempestuoso aplauso, creciendo hasta una ovación’. El ‘tempestuoso aplauso, creciendo hasta una ovación’ continuó por tres, cuatro y cinco minutos. Pero las palmas se estaban lastimando y ya dolían los brazos en alto. Los ancianos jadeaban por el agotamiento. Se estaba volviendo insufriblemente tonto inclusive para aquellos que realmente adoraban a Stalin. Sin embargo, ¿quién se atrevería a ser el primero en detenerse? 

El director de una fábrica de papel local, un hombre independiente y de carácter fuerte, estaba de pie con el Comité. ¡Consciente de toda la falsedad y de la imposibilidad de la situación, aún así continuaba aplaudiendo! ¡Nueve minutos! ¡Diez! Con angustia miraba al Secretario del Comité Partidario del Distrito, pero este último no se atrevía a parar. Pero después de once minutos, el director de la fábrica de papel, con rostro de comerciante, se sentó en su silla. ¡Qué milagro! ¿Dónde se había ido ese entusiasmo universal, desinhibido e indescriptible? Sin excepción todos los demás pararon a secas y se sentaron.

Sin embargo era de este modo que descubrían quiénes eran las personas independientes. Y era de este modo que los eliminaban. Esa misma noche el director de la fábrica fue detenido. Ellos con soltura le endosaron diez años bajo un pretexto bastante distinto. Pero después de que firmó el formulario 206, el documento final de la interrogación, su interrogador le recordó:

‘¡Nunca sea el primero en parar de aplaudir!’

La anécdota bien pudiera parecernos cosas del pasado irrepetible. Yo no lo tengo claro y menos en un país estalinista como Corea del Norte que acaba de perder a su "amado" líder y todos compungidos le lloran. ¿Quién será el primero en dejar de llorar? ¿No reirá nadie más, ni siquiera los enamorados?

Ha muerto Jorge Semprun

Buen momento para recordar:

Nosotros, la familia, recibimos por aquel entonces a mi hermano, Jorge, como a un héroe, sin lugar a dudas, y yo el que más. Y esa visión heroica de resistente, de deportado, de “revolucionario profesional”, persistió para mí durante años, pero a medida que iba descubriendo sus propias mentiras, junto a la gran mentira del comunismo, esa imagen de “héroe positivo” se fue derrumbando, sustituida por la indignación y el desprecio. Y hoy nada me cuesta reconocer que contra más grande fue mi admiración, más profundo ha sido mi rechazo. Y tratándose de un hermano, aún más.

Durante los pocos días que pasó en Saint-Prix para visitar a la familia aprovechó para hacer de nuestro piso en la calle Auguste Rey su domicilio legal; con ese objeto realizó algunas gestiones en la alcaldía, y yo le acompañé. Como era de esperar, las humildes empleadas municipales, enterándose de que se trataba de un deportado recién llegado de Alemania, le miraban emocionadas, y todas decían lo mismo: “¡Ha debido de ser tremendo!”. Y él, con una sonrisa humilde, respondía: “¡Sí, no fue nada agradable...!”. Lo mismo con los amigos y relaciones de mi padre, quien, orgulloso, le presentaba como deportado recién liberado, y claro, todos exclamaban: “¡Qué horror ha debido de sufrir!”. Y él, lo mismo, la misma sonrisita, la misma evasiva: “Sí, no fue nada agradable”.

Yo, al principio, me extrañaba de tanta modestia, y se lo dije: “Por lo que dices, todo el mundo pensará que ser deportado fue lo mismo que prisionero de guerra”. Luego me convencí de que esa soberbia, esa falsa modestia eran los signos evidentes del héroe revolucionario, el hombre de hierro, que no cae en sentimentalismos y nunca se queja. Hasta que comprendí que no podía decir que había sido kapo, y que por eso no era un cadáver ambulante y gozaba de buena salud. No descubro mediterráneos afirmando que existe una ceguera voluntaria, más o menos consciente, tan radical como la ceguera de los ojos muertos. Con la diferencia de que esta ceguera inconsciente puede ser pasajera. Hoy –bueno, hace ya años– veo la diferencia radical entre el estado físico de Jorge, recién salido de Buchenwald, y las numerosas imágenes de supervivientes de los campos, verdaderos cadáveres ambulantes, vestidos de harapos o del “uniforme” a rayas, que los documentales del ejército norteamericano y los periódicos publicaban todos los días.

Pero yo no lo veía, no podía verlo: Jorge era un resistente deportado, un héroe. Sí, algo había adelgazado, y llevaba el pelo casi al rape no porque estuviera a la moda, como hoy, sino para mejor protegerse de los piojos. Pero Paco, nuestro hermano menor, que se había pasado toda la guerra en Saint-Prix, conmigo, era mucho más delgado.

Poco a poco gotearon “explicaciones”: había diferentes tipos de campos, y Buchenwald no era de los peores. En cambio, Buchenwald fue el único campo que se liberó “desde dentro”: la organización clandestina comunista del campo lo liberó antes de la llegada de las tropas aliadas. Y, sin dar muchas precisiones, me contaba que dicha organización comunista había logrado ejercer el “apoyo mutuo” para con los suyos, los camaradas, y lo mismo que habían logrado armarse habían logrado alimentarse un poquito mejor que los demás deportados y, por ejemplo, abandonar los uniformes a rayas y vestirse de paisano en el momento de su “autoliberación”.

Esto constituye una mentira absoluta. Buchenwald fue liberado por las tropas norteamericanas (los SS habían huido), y las pocas armas que hubieran podido robar no sirvieron para atacar a los SS, pura invención, sino más bien para protegerse contra los demás deportados, que les odiaban por sus privilegios y los servicios que rendían a los nazis, que podían incluir la decisión de quién iba a morir al día siguiente.

Carlos Semprún Maura, su hermano (el mejor Semprún), no lo cuenta y nos estremece.

Devictus vincit (Vencido, vence)

Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida. Veamos si sus palabras son verdaderas y comprobemos lo que le pasará al final. Porque si el justo es hijo de Dios, él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos. Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte infame, ya que él asegura que Dios lo visitará.
Libro de la Sabiduría 2,12.17-20.

Después de la caída del Muro de Berlín, el cardenal Tomasek afirmaba: «Estoy convencido de que donde está la Cruz de Cristo está la fuerza y la victoria. La Iglesia es suya, y Él sabe encontrar los caminos para guiarla, incluso dejándola sufrir por un tiempo. Pienso también que una verdadera vida cristiana es el mejor testimonio en una sociedad socialista».