La esperadísma encíclica (social)

Mientras esperamos a la dichosa encíclica, el Papa habla un poco (más por lo que calla) sobre la crisis.

KISHORE JAYABALAN, director del Instituto Acton en Roma. Anteriormente trabajaba en el Pontificio Consejo de Justicia y Paz del Vaticano como el principal analista político de desarrollo sostenible y control de armas.

Pero Benedicto XVI no mordió el anzuelo. Rememorando uno de sus pocos escritos como Joseph Ratzinger sobre la Iglesia y la economía, lanzó serias advertencias contra el moralismo simplista y demagogo que no estuviera basado en un conocimiento técnico (en este caso, económico) sobre el asunto. En cierto modo, su respuesta es una versión más teológica de la observación que ya efectuó Juan Pablo II en su encíclica social de 1991 Centesimus Annus, en la cual consideraba que lo que realmente pone en peligro la sociedad libre no es el sistema económico, sino el marco ético-cultural que pone a la economía en el centro de todo. Al reconocer que no posee una formación técnica en economía, Benedicto XVI vuelve a demostrar su integridad y honestidad intelectual.

En lugar de criticar un sistema económico que incentiva a la gente a seguir sus propios intereses, el Papa denuncia realidades con efectos más profundos: el pecado original, la avaricia humana y la idolatría. Pero Benedicto XVI no equipara beneficio con avaricia, probablemente dándose cuenta de que librar una batalla contra las ganancias provocaría perder el interés, la atención y quizá la salvación de todos aquellos que saben algo de negocios y de economía. Y tal vez más importante, en lugar de decirnos que necesitamos un "nuevo" sistema de producción y consumo, de compra y venta, el Santo Padre adopta una postura más sobria y realista al recordarnos que no puede existir ningún sistema justo si la propia gente no es justa, y que el pecado es algo inherente a la vida al que hay que combatir con paciencia, persistencia y sobre todo espiritualidad.


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