Tres jueves había que brillaban más que el sol

Urbano IV, siempre siendo admirador de esta fiesta, publicó la bula “Transiturus” el 8 de septiembre de 1264, en la cual, después de haber ensalzado el amor de nuestro Salvador expresado en la Santa Eucaristía, ordenó que se celebrara la solemnidad de “Corpus Christi” en el día jueves* después del domingo de la Santísima Trinidad, al mismo tiempo otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la santa misa y al oficio. Este oficio, compuesto por el doctor angélico, Santo Tomás de Aquino, por petición del Papa, es uno de los más hermosos en el breviario Romano y ha sido admirado aun por Protestantes.

Benedicto XVI señaló durante su homilía el jueves pasado, que dentro de la Iglesia católica también avanza la secularización, “que puede traducirse en un culto eucarístico vacío y la tentación de reducir los rezos a momentos superficiales y apresurados." Y yo me pregunto si esta celebración del Corpus Christi por razones pastorales se ha trasladado desde hace años en España al domingo siguiente, permitiendo así la participación de todos los fieles que por diversos motivos no pueden asistir el día jueves, ¿no va siendo hora de reconocer el error? ¿No es acaso momento de percatarse que para ir a misa se debe encontrar tiempo un jueves al año? Si por ir a dicha misa nos dieran 100 euros ¿dejaríamos de ir? ¿Y si fueran 1000? ¿No tenemos tiempo o nos falta interés?



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En la fiesta del Corpus Christi la Iglesia revive el misterio del Jueves santo a la luz de la Resurrección. También el Jueves santo se realiza una procesión eucarística, con la que la Iglesia repite el éxodo de Jesús del Cenáculo al monte de los Olivos. En Israel, la noche de Pascua se celebraba en casa, en la intimidad de la familia; así, se hacía memoria de la primera Pascua, en Egipto, de la noche en que la sangre del cordero pascual, asperjada sobre el arquitrabe y sobre las jambas de las casas, protegía del exterminador. En aquella noche, Jesús sale y se entrega en las manos del traidor, del exterminador y, precisamente así, vence la noche, vence las tinieblas del mal. Sólo así el don de la Eucaristía, instituida en el Cenáculo, se realiza en plenitud: Jesús da realmente su cuerpo y su sangre. Cruzando el umbral de la muerte, se convierte en Pan vivo, verdadero maná, alimento inagotable a lo largo de los siglos. La carne se convierte en pan de vida.

En la procesión del Jueves santo la Iglesia acompaña a Jesús al monte de los Olivos: la Iglesia orante desea vivamente velar con Jesús, no dejarlo solo en la noche del mundo, en la noche de la traición, en la noche de la indiferencia de muchos. En la fiesta del Corpus Christi reanudamos esta procesión, pero con la alegría de la Resurrección. El Señor ha resucitado y va delante de nosotros.  

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI Basílica de San Juan de Letrán. Jueves 26 de mayo de 2005


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