Derecho a la defensa

Marisa era una camarera estupenda, servía unos cafés buenísimos con la mejor de sus sonrisas. Madre soltera, se dejaba el alma para poder llevar un sueldo a casa. Julia, su niña de dos añitos, caía rendida antes de que su mamá la pasara a recoger, seis noches a la semana, por casa de la abuela. Carlos, el dueño del bar, nunca le ofreció un contrato.

Y en estas, apareció Silvia, de las de darse la vuelta cuando pasan junto a uno. Se ajustó el uniforme de Marisa y se hizo con la barra. Adiós sonrisas, cafés con gusto y pañales para Julia. Sin laburo y sin paro, lloraba desconsolada la risueña camarera. Tras dejarse aconsejar por un cliente letrado, denunció Marisa a Carlos y le sacó los cuartos. "No hay derecho, le das de comer, acepta que no haya contrato y cuando decides no seguir con ella, porque para eso eres el dueño, te lleva a los tribunales... ¡qué se lo hubiera pensado antes!"

El Fútbol, por poderoso, cree caminar por libre. Limita la defensa de los derechos de sus asociados, en tribunales creados ad hoc, obligando a clubes y jugadores a renunciar a la justicia ordinaria. Lo que pasa en el fútbol se resuelve desde el fútbol, dice su ley. El que quiera ver balón, que renuncie a los juzgados.

Y entonces, llega un valiente, Augusto César Lendoiro. Tras el monedazo de Valencia, el Deportivo de La Coruña ha sentido dañados sus intereses y sin dudarlo, ha decidido acudir ante el juez. Una vez admitido el recurso a trámite, poco importa lo que decida la Audiencia, se trata de una victoria. El poderoso también ha de rendir cuentas ante la Justicia, pregunten si no a Marisa.

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